Formentera, sal y silencio en temporada baja

Hermana pequeña de Ibiza, Formentera seduce a los navegantes por su belleza bruta: aguas turquesas, calas de arena clara, salinas cambiantes y un ambiente apacible. Siempre que se opte por la temporada baja, que revela otra cara del Mediterráneo, más suave y verdadera.

Imagínese salir de Ibiza y dirigirse al sur. Este otoño tiene el sabor de unas vacaciones robadas. A medida que la costa se desvanece, el mar se vuelve más claro, casi lechoso. Entre dos azules aparece una línea de arena, fina, frágil, casi irreal. Esto es Formentera.
Aquí, el mar no se conquista: hay que escucharlo. La isla respira lentamente, al ritmo del viento, la sal y la luz. La gente viene aquí a amarrar, pero sobre todo a descansar. En este Mediterráneo pre-ruido y post-aglomeración, cada cala se convierte en un refugio. En otoño, el sol permanece tibio, las aguas aún cálidas y los veleros escasean. Es el momento en que Formentera se revela sincera, casi íntima.

El aliento de una isla a escala humana

La Savina, el puerto principal de la isla, es su tranquila puerta de entrada. En los pantalanes viven pescadores, transbordadores de Ibiza y algunos discretos navegantes. El puerto es moderno y está bien organizado, pero se mantiene en la escala de Formentera: sin lujos ostentosos ni alborotos innecesarios.
Los canales de acceso están señalizados, pero el viento del noreste (el tramontana) pueden colarse sin previo aviso. Lo mejor es planearlo con antelación y aprovechar una escala en el puerto para rellenar el depósito y comprobar los permisos: las normas de amarre son estrictas aquí, sobre todo en torno a los parques naturales de Salines d'Eivissa y Formentera.

Al salir del puerto, el mar se abre sobre Ses Illetes esta mítica cinta de arena discurre en tonos turquesas hasta el islote de Espalmador. Es un entorno casi tropical, clasificado entre las playas más bellas del mundo. En tierra, las salinas cambian de color con el día: rosa al amanecer, plateado al mediodía y blanco al atardecer.
Pero este cuadro no tiene nada de inamovible. Vive al ritmo de la luz, el viento y la posidonia, la pradera submarina que purifica el agua y estabiliza el lecho marino. Aquí, cada ancla extraviada es una herida. Las autoridades locales están atentas, al igual que los navegantes responsables. Formentera hay que ganársela: las anclas se echan con respeto, o no se echan.

Espalmador, el quieto y puro

Al norte, separadas por una estrecha ensenada, islote de Espalmador parece flotar entre el cielo y el mar. Con marea alta, el canal casi se cierra; con marea baja, deja ver un camino de arena. La navegación por aquí requiere precaución: aguas poco profundas, corrientes a veces fuertes y una zona estrictamente protegida.
Las boyas ecológicas sustituyen a las anclas, un lujo raro y necesario.
Fuera de temporada, Espalmador vuelve a ser lo que siempre ha sido: un lugar de silencio. Los pocos veleros que encuentran refugio allí parecen suspendidos en el tiempo. En la superficie, sólo las ondulaciones del viento dejan la huella invisible de su paso. El "lujo de la nada" cobra aquí todo su sentido.

El sur salvaje

Más abajo, a medida que la isla se hace más delgada, la luz cambia. La arena pálida se vuelve ocre, el mar más denso. El viento corre entre las dunas del Migjorn donde se extienden kilómetros de playas desiertas.
Las sabinas, retorcidas por las ráfagas, ofrecen su escasa sombra a los caminantes. Los molinos de Es Pi des Català siguen en pie, guardianes de un pasado agrícola olvidado. Es como pasear por un decorado de la película Más cuyas tierras abrasadas por la luz inspiraron la portada de la banda sonora compuesta por Pink Floyd.
Visite Cap de Barbaria el faro, plantado en el acantilado, vigila la inmensidad del mar. En la hora dorada, se convierte en un altar: los últimos rayos se rompen contra él como el cristal. Más abajo, las gradas de S'Anfossol recuerdan la esencia de Formentera como isla de navegantes, moldeada por la paciencia del viento y la sal.

Navegar con conciencia

En Formentera, cada gesto cuenta.
Preferimos la arena a la hierba marina, la navegación a vela al motor, la lentitud a la velocidad. En tierra, apoyamos a los comercios, artesanos y pescadores de Sant Francesc.
Esta isla equilibra turismo y silencio, belleza y vigilancia.
Navegar aquí significa aceptar que uno forma parte de un todo.

Formentera no se puede explorar: hay que contemplarla. Entre las salinas siempre cambiantes, las dunas afiladas como cuchillas y las calas translúcidas, es un recordatorio de que la belleza viene en paquetes pequeños: un soplo de viento, un destello de luz, el anclaje adecuado. Es una lección sobre el mar, y quizá también sobre la vida.

"Me gusta pensar que cada fondeadero tiene un efecto curativo en el alma, siempre que dejes espacio para la hierba marina y el silencio

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