En noviembre de 2025, Belém, la puerta de la Amazonia, acogerá la COP 30, una cumbre decisiva para el futuro del clima de nuestro planeta. Líderes de todo el mundo volarán para asistir, mientras que algunas voces se alzarán para denunciar la huella de carbono de esta gran reunión. Pero para quienes quieran ser consecuentes con sus convicciones, una pregunta se impone: ¿hay otra forma de llegar a la COP 30, utilizando medios de transporte más respetuosos con el medio ambiente? ¿Y por qué no considerar un viaje en velero, animados por los vientos alisios y el deseo de demostrar que otra forma de viajar es posible? Cruzar el Atlántico para asistir a una cumbre sobre el clima: ¿un acto militante, un reto logístico o una utopía?
Un viaje posible pero exigente
Cruzar el Atlántico a vela no es nada nuevo. Durante siglos, marineros y exploradores han seguido esta ruta, llevados por los vientos alisios y las corrientes oceánicas. Incluso hoy en día, cientos de navegantes cruzan cada año el Atlántico desde Europa hasta las Indias Occidentales antes de volver navegando por la costa de Sudamérica. Pero no es un viaje trivial.
Se tardan unas tres semanas en llegar al Caribe desde Europa, y de diez a quince días en bajar a Belém, dependiendo de los vientos y las corrientes. Es un viaje que dura más de un mes, requiere una buena preparación, un velero adecuado y flexibilidad absoluta en cuanto a fechas. En comparación, un vuelo directo de París a Belém dura menos de diez horas.
¿Es éste un medio de transporte realista para una cumbre en la que cada día cuenta?

La prueba del tiempo: ¿un lujo o una vuelta a lo básico?
En la acelerada sociedad actual, donde el más mínimo retraso se considera un problema, hacerse a la mar exige un cambio de paradigma. Cuando navegas, no eliges con precisión la hora de salida: te adaptas a las condiciones meteorológicas, aceptas los contratiempos y avanzas al ritmo del viento.
También significa replantearse la noción misma de tiempo. Ir a la COP 30 en velero significa dedicarle varios meses: la travesía de ida, la presencia in situ y luego el viaje de vuelta. Es un compromiso que pocos pueden permitirse, ni profesional ni personalmente. Pero, ¿no es también el símbolo de un modo de vida más sostenible, donde la rapidez y la eficacia dan paso a la paciencia y la adaptación?
Es una cuestión que va mucho más allá del simple hecho de desplazarse. Cuestiona nuestra forma de habitar el mundo: ¿deberíamos reducir la velocidad para actuar con más eficacia?
Entre acto militante y manifestación mediática
Navegar hasta Belém sería algo más que un logro personal. Enviaría una señal fuerte, una demostración tangible de que es posible hacer las cosas de otra manera. En 2019, Greta Thunberg ya dejó su huella al cruzar el Atlántico en un velero con cero emisiones de carbono para asistir a la cumbre del clima de la ONU en Nueva York. Su gesto suscitó admiración y críticas: algunos alabaron la coherencia de su compromiso, otros lo criticaron por ser una acción más simbólica que efectiva.
Esto plantea una cuestión clave: ¿es suficiente un símbolo? Un viaje en barco a la COP 30 atraería sin duda la atención de los medios de comunicación sobre el impacto del transporte aéreo y la urgente necesidad de replantearse la forma en que viajamos. Pero, ¿tendría un efecto concreto en las decisiones políticas que se tomen en Belém? El ejemplo de Greta Thunberg demuestra que el impacto mediático no siempre se traduce en un cambio inmediato.

¿Una alternativa para todos?
Más allá del simbolismo, está también la cuestión de la accesibilidad. Cruzar el Atlántico en velero no está al alcance de todos. Se necesitan conocimientos náuticos, equipo y tiempo. Incluso si se embarca en un yate ya equipado para la travesía, sigue siendo un reto reservado a una minoría.
Entonces, ¿qué se puede hacer para que este tipo de acercamiento no se quede en un mero privilegio? Una solución sería organizar travesías colectivas, expediciones a vela dedicadas a los participantes en la COP 30, que ofrezcan una alternativa concreta al transporte aéreo. Otro enfoque sería acelerar el desarrollo de tecnologías marítimas innovadoras, como los buques de carga a vela o los transbordadores híbridos, para democratizar este modo de transporte.
Tal vez la cuestión no sea tanto si podemos ir a la COP 30 en un velero, sino más bien cómo podemos garantizar que el día de mañana esto sea algo habitual para todos

Reinventar los viajes para un futuro sostenible
Por último, esta reflexión va mucho más allá del simple viaje a Belém. Plantea una pregunta fundamental: ¿y si el futuro de los viajes pasara por un retorno a formas de movilidad más lentas y meditadas?
La aviación sigue siendo un eslabón esencial del comercio internacional, pero su impacto medioambiental es innegable. Cada vez surgen más alternativas: trenes de alta velocidad, veleros modernos, dirigibles ecológicos, etc. ¿Y si, en lugar de centrarnos en un único modo de transporte, nos replanteáramos por completo nuestra forma de viajar, combinando distintas soluciones, aceptando reducir la velocidad, haciendo de cada viaje una aventura en sí misma?

Conclusión: ¿Soplan realmente vientos de cambio en la COP 30?
Ir a la COP 30 en velero es más que un medio de transporte: es una elección, un manifiesto. Se trata de demostrar que existen otros caminos, aunque sean más largos y exigentes. Pero, sobre todo, es plantear una pregunta esencial: si no estamos dispuestos a cambiar la forma en que viajamos hoy, ¿podremos realmente transformar nuestras sociedades mañana?
"El ejemplo no es la mejor manera de convencer, es la única" âeuros Gandhi.