En Polinesia, las grandes piraguas, verdaderas obras maestras de la carpintería marina, encarnaban un saber hacer único que combinaba arte, técnica y espiritualidad. Su construcción, supervisada por especialistas conocidos como tahu'a, se basaba en meticulosas prácticas tradicionales y rituales sagrados. Echemos un vistazo a los complejos métodos y materiales naturales utilizados para crear estas embarcaciones, así como al impacto social y cultural de su fabricación.
Los oficios sagrados de la tahu'a
La construcción de las grandes piraguas polinesias fue orquestada por los tahu'a se trataba de sacerdotes-artesanos especializados en áreas que antaño eran vitales para la vida, como la navegación, la pesca y la curación de enfermedades y heridas.

Su saber hacer, transmitido oralmente en escuelas reservadas a una élite social, se combinaba con un profundo conocimiento de los materiales y los rituales. En tahu'a ejercieron sus habilidades en marae lugares sagrados dedicados a estas construcciones. Su pericia técnica era inseparable de su capacidad para establecer relaciones con las deidades y su maná, una fuerza espiritual esencial para el éxito del proyecto.

Con el tiempo, la memoria de tahu'a se ha desvanecido. Aunque la llegada del cristianismo aceleró su declive al apartarlos progresivamente de la sociedad, estos grandes personajes del antiguo mundo polinesio, antaño guardianes del saber y de las prácticas náuticas, siguen formando parte del imaginario colectivo.

Fases de la construcción
La construcción de una gran piragua seguía un meticuloso proceso. En primer lugar, el maestro constructor obtenía permiso para talar los árboles necesarios, al tiempo que se aseguraba el acuerdo de las deidades mediante ofrendas. Los árboles se talaban durante la última fase del ciclo lunar para evitar que la madera drenada por la savia se pudriera. La aparición de su secreción se interpretaba entonces como un presagio. Los troncos se desbastaron en el bosque para facilitar su transporte a la obra, y luego se cortó la madera y se le dio forma utilizando herramientas tradicionales como azuelas y cuñas de madera dura.
Las piezas preparadas se transportaron cuidadosamente, a menudo por agua para aligerar la carga. El ensamblaje final de las piezas se realizaba en un taller costero, donde los carpinteros aseguraban los componentes con bridas de fibra y reforzaban el casco con costillas interiores. Los toques finales, como el tallado de los adornos de proa y popa, se hacían con precisión utilizando pequeñas azuelas, así como escofinas de coral, raya o piel de tiburón.

Las mujeres y los ancianos ayudaron a fabricar las velas con hojas de pandanus y las cuerdas trenzadas con las fibras imputrescibles de la cáscara de coco y la corteza inferior del árbol purau. Se necesitaron kilómetros de cuerda para ensamblar las partes de la piragua.
Los remos, timones, achicadores y anclas se colocaban en la cubierta, donde también se encontraba una cabina con techo de hojas. La construcción de una gran piragua movilizaba así a toda la sociedad polinesia, que se aseguraba de que todos los elementos estuvieran listos para la botadura.

Uso adecuado de materiales tradicionales
Los carpinteros polinesios elegían los materiales con gran precisión, según los requisitos específicos de cada tipo de embarcación. Para las piraguas de alta mar, se seleccionaban maderas densas y duras por su resistencia a esfuerzos mecánicos prolongados. Las embarcaciones costeras, en cambio, se fabricaban con maderas más blandas, adecuadas para condiciones menos exigentes.
Cada parte del barco, desde los flotadores hasta los travesaños, se eligió siguiendo criterios rigurosos. Los flotadores requerían madera ligera y flotante, mientras que los travesaños debían combinar flexibilidad y ligereza. Las piezas sometidas a grandes esfuerzos, como los postes de los tangones, se fabricaron con madera densa y duradera. Las jarcias debían ser elásticas y ligeras para optimizar la maniobrabilidad.
El calafateado y el sellado se realizaban con látex del árbol del pan o resinas diversas, a veces mezcladas con fibras vegetales. La construcción de grandes embarcaciones polinesias requería cantidades impresionantes de materias primas. Una piragua de guerra de 33 metros, por ejemplo, requirió la tala de 85 árboles y el uso de 9 km de amarres de fibras vegetales.

La técnica de la fibra vegetal
Las fibras vegetales desempeñaban un papel crucial en el ensamblaje de las piraguas. Derivadas principalmente del mesocarpio del coco, se procesaban cuidadosamente para crear ataduras fuertes y elásticas. El proceso de fabricación era el mismo en todos los archipiélagos: tras ser cortados en varios trozos, colocados en un agujero excavado en la arena en una zona sumergida durante la marea alta y cubiertos con grandes piedras, los mesocarpos se enriaban durante varios días antes de ser golpeados para ablandarlos. A continuación, las fibras se secaban, se hilaban y se trenzaban.



Otras fibras, como las procedentes de raíces aéreas, se utilizaban para ataduras específicas. Para las grandes cuerdas se preferían las fibras largas del líber, que reducían el número de uniones necesarias para hacer las ataduras. Las ataduras hechas con fibras de coco u otros materiales naturales, como las plumas, eran esenciales para sujetar la estructura de la piragua.
La construcción de grandes piraguas polinesias era una actividad profundamente arraigada en la cultura y las creencias locales. El equilibrio entre el saber hacer tradicional, la elección de los materiales y el respeto de los ritos religiosos ilustra la importancia de esta práctica en la sociedad polinesia. Este proceso complejo y colectivo, que combinaba habilidades artesanales y cohesión comunitaria, era un testimonio del saber hacer único y de la espiritualidad omnipresentes en el arte de la carpintería marina de las islas del Pacífico. Aún hoy, aunque las técnicas han evolucionado ligeramente con respecto a la tradición, las grandes piraguas polinesias siguen construyéndose y navegando.
