A orillas del Sena o en el Mediterráneo, en foulies de competición o al timón de sus yates, los impresionistas Signac y Caillebotte pasaban el tiempo observando, pero también vivían su pasión por la vela con tanto empeño como su profesión de pintores. Esta connivencia con los elementos, este conocimiento íntimo del viento, las velas y las luces costeras impregna sus lienzos como un aliento compartido entre el arte y la navegación. Pintan lo que conocen, lo que aman, lo que hacen a diario, con las manos en el agua salada tanto como sobre el lienzo. Sus obras llevan la marca de ello.
Paul Signac: una historia de cascos y colores
Paul Signac descubrió el mar en su adolescencia, un amor que nunca le abandonaría. Su primer barco, el periscopio Le Manet Zola-Wagner, marcó el inicio de su aventura náutica. A lo largo de su vida, poseería casi una treintena de barcos, desde simples embarcaciones fluviales hasta yates de más de 32 pies de eslora.

En 1885, Signac llevó a Georges Seurat a dar un paseo en su esquife de remos, Le Hareng-Saur épileptique, en la más pura tradición de los piragüistas de Argenteuil. Al año siguiente, adquiere Le Tub, un pequeño catboat desde el que dibuja los puentes de París a ras de agua. Tras la muerte de Seurat en 1889, se convirtió en propietario de Roscovite, un velero diseñado para la navegación marítima, al que rebautizó Mage, una balandra de 6 toneladas. Emprende un largo viaje hacia el sur, bordeando la costa atlántica antes de cruzar el Canal du Midi para llegar a Saint-Tropez. En mayo de 1892, Signac echa el ancla en un pequeño puerto de la región del Var, todavía alejada del turismo mundano. La pureza de la luz mediterránea le maravilló. Se instala allí y pinta varias decenas de lienzos bañados por la luz, los colores puros y el rocío del mar. En Le Port au soleil couchant, Opus 236, el mar se calma suavemente bajo una suave brisa. Cada toque, cada punto, testimonia la experiencia del navegante. El artista conoce perfectamente la forma en que la luz del día se posa sobre un casco, la manera en que el agua refleja un muelle.



En 1894, hace construir en Petit Gennevilliers un cúter de competición de orza, Axël, aclamado por su elegancia. Poco después, compró un bote auxiliar, Aleph, que pronto vendió. Quedó fascinado por un pequeño sharpie, Ubu, y compró un bote americano, Lark, al que bautizó Acarus. En 1908 compró Henriette, un bote a motor. Cuando se adoptó el sistema internacional de medición, adquirió uno de los primeros barcos de regatas de las Series Nacionales, Fricka. En 1913, armado con datos precisos, construyó un gran yawl de crucero, Sindbad, y ese mismo año compró Balkis. En 1927, durante una estancia en Bretaña, compró una canoa robusta llamada Ville-d'Honolulu, su último barco. Su amigo pintor Théo Van Rysselberghe dio fe de su perdurable pasión por el mar pintando a Paul Signac al timón de su barco en 1897.

Gustave Caillebotte: el ojo del pintor, la mano del marinero
Caillebotte creció entre las orillas del Yerres y los muelles del Sena. Muy joven, aprendió a manejar los remos y luego las velas. No era sólo un pasatiempo social, sino una pasión estructurada.



En 1878 se compró un auténtico yate de regatas, al que decidió llamar Iris. En los años siguientes, participa en una serie de regatas y se convierte en una figura clave del Cercle de la Voile de Paris, del que es copresidente. Caillebotte estaba tan implicado en el mundo de la vela que no dudó en pagar una importante suma para apoyar la creación de Le Yacht, una revista semanal lanzada en 1878 por varios miembros del Cercle de la Voile.

A partir de su éxito inicial en las regatas de Argenteuil, Caillebotte construye en 1880 Inès, un clíper de 36 pies concebido para competir en el mar, especialmente en la costa normanda. Pronto se decidió por una unidad más maniobrable para aguas interiores: un clíper de 27 pies llamado Condor. Se convirtió en su barco preferido para las regatas en el Sena. En total, Caillebotte poseyó 32 barcos a lo largo de su vida, 22 de los cuales fueron diseñados por él mismo.

Incluso llegó a comprar el astillero Luce, afirmando así su papel de actor clave en la emergente industria náutica. Esta dimensión, a menudo eclipsada por su reputación de pintor, es detallada por el historiador Daniel Charles en su libro "Le mystère Caillebotte: L'?uvre architecturale de Gustave Caillebotte, peintre impressionniste, jardinier, philatéliste et régatier" (1994). En él, el autor arroja luz sobre el rigor técnico y la modernidad de los proyectos náuticos de Caillebotte.

La herencia náutica en el arte impresionista
El interés de Signac y Caillebotte por el mar va más allá de la anécdota biográfica. Ambos hicieron de la navegación parte de su vida cotidiana como artistas. No pintaron escenas marinas por la belleza del gesto, sino porque ese mundo era el suyo. Conocen la tensión de un foque mal enrollado, los reflejos en el agua justo antes de que cambie el viento, el balanceo de un fondeadero mal resguardado. Esta doble experiencia, artística y náutica, confiere a sus obras una rara precisión. Los puertos de Signac vibran con la luz, pero también con las maniobras.

En Caillebotte, el río se convierte en un campo de regatas donde cada detalle técnico tiene su lugar.

Juntos trazaron, por así decirlo, una línea de flotación entre dos mundos: el de los artistas y el de los navegantes.