De las cáscaras de cobre a la química moderna
Desde la antigüedad, los marineros han observado el fouling, la incrustación biológica de los cascos. Los egipcios ya utilizaban aceites o cera para frenar este fenómeno. Pero fue en el siglo XVIII cuando las cosas despegaron de verdad: la Royal Navy empezó a recubrir los cascos de sus barcos de madera con placas de cobre, un metal tóxico por naturaleza para los organismos marinos.

Fue un gran éxito naval: los barcos chapados en cobre eran más rápidos y duraban más. Pero el metal era caro y difícil de mantener.
Con el auge de los barcos metálicos en el siglo XIX, los ingenieros buscaron pinturas que contuvieran cobre o plomo para reproducir el efecto. El término "antiincrustante" entró en el lenguaje marítimo.
La primera pintura antiincrustante moderna se atribuye generalmente a la empresa británica Williamson, Foster and Co, que desarrolló una pintura a base de cobre a mediados del siglo XIX con el nombre comercial de "Zinc and Copper Paint". Sin embargo, es otra empresa inglesa, J. W. Barry & Sons, la que suele citarse como uno de los primeros fabricantes industriales reales de antiincrustantes, a partir de los años 1860-1870.
Pero la verdadera revolución llegó con International Paint, fundada en 1881 en Newcastle (Reino Unido), que se convirtió en una de las pioneras indiscutibles del sector. International Paint (hoy filial de AkzoNobel) desempeñó un papel fundamental en el desarrollo y la distribución mundial de pinturas antiincrustantes, sobre todo con fórmulas a base de óxido de cobre.
Así pues, si busca el nombre de una empresa pionera en el antiincrustante industrial tal y como lo conocemos hoy, International Paint es el más emblemático.
El auge de las pinturas biocidas en el siglo XX

En el siglo XX, la industria quÃmica entró en escena. Se añaden potentes biocidas (cobre, arsénico, mercurio y, más tarde, TBT âeuros tributylétain) a las pinturas antiincrustantes. Estos productos impiden el asentamiento de larvas de moluscos, algas y organismos marinos. El rendimiento es excelente, y tanto los cargueros como los veleros adoptan masivamente este tipo de revestimiento.

Pero se avecina un problema: estas sustancias envenenan los ecosistemas marinos a largo plazo. El TBT, por ejemplo, ha provocado mutaciones en los crustáceos y se ha encontrado por todas partes en los sedimentos marinos.
Crisis ecológica y cambio normativo
A partir de los años 90, se multiplicaron las advertencias ecológicas. En 2008, la Organización Marítima Internacional (OMI) prohibió el uso de antiincrustantes con TBT en todos los buques. La industria recurrió entonces a fórmulas "más suaves", a menudo a base de cobre (de nuevo) o sustancias orgánicas menos persistentes.

Se está intensificando la investigación para encontrar alternativas: cubiertas para el casco, protección textil, revestimientos no tóxicos, pinturas con efecto de superficie resbaladiza y tecnologías biomiméticas inspiradas en la piel de tiburón.
Hoy: un compromiso entre eficiencia y medio ambiente
Hoy en día, el antiincrustante es imprescindible para todas las embarcaciones, desde las de recreo hasta los buques comerciales. Existen varios tipos: de matriz dura, autopulimentables, erosionables... Cada uno con sus propias ventajas y limitaciones.

Pero la cuestión medioambiental está más que nunca en el centro del debate. Algunos puertos prohíben las carreras al aire libre, los astilleros tienen que recoger los residuos y cada vez son más los navegantes que se preguntan: ¿se puede navegar limpiamente sin contaminar?
¿Y mañana?
Entre una normativa más estricta y las innovaciones tecnológicas, es muy posible que el antiincrustante del mañana ya no sea una pintura, sino una película adhesiva, un casco autolimpiable, una cubierta o un sistema de microvibración que impida el arraigo de los organismos.
Así pues, el antiincrustante es mucho más que una lata de pintura que hay que aplicar cada temporada: es una batalla a largo plazo entre el hombre, el mar... y la naturaleza, que quiere reclamar su lugar.
